La inflamación crónica de bajo grado es una condición silenciosa que afecta a millones de personas sin que lo noten. A diferencia de la inflamación aguda (como cuando te golpeas o tienes fiebre), esta se instala de forma persistente en el cuerpo y puede ser el origen de fatiga constante, niebla mental, problemas digestivos y hasta enfermedades cardiovasculares.
Los hábitos modernos —como una dieta alta en procesados, el estrés continuo, el mal dormir y el sedentarismo— alimentan esta inflamación día tras día. No se trata de una condición médica diagnosticable como tal, sino de un estado que desgasta lentamente el cuerpo.
Para prevenirla o reducirla, no necesitas cambios radicales. Dormir al menos 7 horas, reducir azúcar y aceites refinados, moverse todos los días y priorizar alimentos reales son medidas simples pero poderosas. Las grasas buenas (como palta, nueces, aceite de oliva), frutas, verduras y especias como la cúrcuma o el jengibre ayudan de forma natural.
Cuidar tu cuerpo no es solo verse bien: es crear un entorno interno donde la inflamación no pueda instalarse. Y eso empieza con decisiones pequeñas, pero diarias.